Casi 40 años atrás ya estaba en ruinas la
vieja casilla del llano, donde por aquel tiempo me recreaba recogiendo
egagrópilas de lechuza y mochuelo para ver su forma, composición y tamaño, y
donde también me cobijaba los días fríos del invierno para ver el paso de
grullas aquellos atardeceres en que tomaban dirección a los dormideros del
embalse de Orellana. La casa estaba rodeada de un interminable campo de
cultivos de cereal de secano y algunos pastizales, que permitían la
supervivencia de numerosas especies de aves ligadas a estos medios, el mes de
abril era una delicia ver el constante marcaje territorial de los machos de
sisón y las paradas nupciales de los aguiluchos cenizos, los cernidos de gran
número de primillas en busca de alimento y también se veían no pocas Canasteras
y Carracas.
Pero todo aquello fue cambiando, primero se
ejecutaron canales de riego cuya tan esperada agua no beneficia a todos los
habitantes del entorno, después comenzaron a crearse una maraña de tendidos eléctricos
de dispar tamaño que convirtieron la zona en una trampa para las aves; no
tardaron en instalarse granjas porcinas y avícolas por todo alrededor, y
finalmente llego la plaga del olivar y los frutales intensivos.
Apenas queda ya un trozo del terreno de lo que
antaño era un paraíso para las aves esteparias, pero aún así, ese territorio
recortado y fraccionado aglutina lo poco
que va quedando en la zona, y este mes de abril, tanto tiempo después, aún
encontré un sisón macho marcando su territorio, con su reclamo fuerte,
constante, altanero, encorbatado y luciendo sus mejores galas, intentando
atraer alguna hembra cada vez más escasas, no solo en esta zona sino en toda su área de
distribución; de fondo alguna pareja de Aguiluchos cenizos en paradas nupciales,
también acompañadas de un nuevo inquilino de la zona: el Aguilucho lagunero.
Un par de jóvenes Elanios azules se ciernen
incansables por los llanos, probablemente reemplazando a los otrora abundantes
primillas, cerca, el agudo e insistente chirriar de los Trigueros indican que
estamos en primavera, aunque el campo prematuramente agostado por la pertinaz
sequia no parece querer darle la razón.
El término municipal de Orellana la Vieja es
uno de los más pequeños de la provincia de Badajoz, a pesar de ello en aquellos
años tenía una buena representación de los diferentes ecosistemas del oeste
español, con dehesas, sierra y zonas esteparias fruto del cultivo de secano
sumado a algunos pastizales ganaderos.
La última década fue demoledora para estos medios
esteparios, en la mejor zona, donde se concentraban las colonias de Aguilucho
cenizo y Canastera se instalo una enorme termosolar que borro para siempre más
de 200 hectáreas de hábitat estepario. Apenas se dio tiempo a estas especies
para adaptarse en lo que quedó, pues a
continuación, otras 200 hectáreas del inmediato entorno fueron transformadas en
frutal y olivar intensivo. Paralelamente otras muchas obras e instalaciones
fueron comiendo poco a poco el terreno; centros de residuos, campos de tiro y
motocross…, y los proyectos continúan, imparables, como si nada de lo anterior,
de lo que vivieron nuestros antepasados tuviera ya valor.
Poco más habría que contar para intuir lo que
paso con el Sisón y el resto de especies: se les dejo sin su casa, su
territorio de siempre, todo ello en pocos años, y supongo que podríamos
extrapolar lo ocurrido en este término municipal con lo que acaece en otros
muchos de centro y el oeste español.
Estamos asistiendo en vivo y en directo al
proceso de extinción de una especie, casi podemos sentir esa sensación que
vivieron los antiguos tramperos de aquel otro oeste (el americano), cuando las
multitudinarias poblaciones de Bisontes desaparecieron de las praderas con la
irrupción del tren, en este caso fue un canal…pero con igual resultado. No hace
mucho venían amigos de Centroeuropa y se asombraban con la cantidad de sisones
que podían ver a muy poca distancia del pueblo. ¡¡Como a cambiado todo esto!!.
Reclama fuerte el macho de Sisón, incansable,
en otras praderas, buscando un futuro imposible, otro macho con el que
rivalizar, una hembra con la que perpetuar su especie, desde antes del amanecer
hasta bien entrada la noche, descansando solamente las horas centrales del día,
con mayor calor. Demasiado tarde, aquí no se escuchan las voces de los que no
producen dinero, conservar por conservar ya no es de recibo, el único argumento
que parece que escuchan es el tan manido de la atracción de turismo
ornitológico, ya no vale ni se recuerda aquel discurso también de los indígenas
de aquel otro oeste en el cual se pedía dejar a nuestros hijos la misma
herencia que nos dejaron nuestros padres…