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jueves, 26 de noviembre de 2015

Estampa familiar

  
Hoy pensaba dedicar este texto a comentar algunas observaciones de aves infrecuentes en la Zona Centro que se han dejado ver estos últimos días, más que nada porque con tanta saturación de Festival de grullas, me apetecía ir a contracorriente y dejar un poco de lado a nuestras amigas grises.
  No ha podido ser, hoy hemos decidido celebrar ellas y yo un festival más anónimo, pero sin duda mucho más interesante que cualquier otro, en soledad se ha producido uno de esos encuentros que le reconfortan a uno, el reencuentro con unas viejas conocidas que ya ocuparon su espacio en este blog a principios del presente año.
  Se trata de la pareja alemana que protagonizo la entrada "Reproducción a los 20 años", formada por dos ejemplares nacidos en 1994, y que casi todos los inviernos regresan a una zona muy limitada, cuajada de arrozales y maizales, en cuyos alrededores vivaquean.
  Allí estaban acicalándose ajenas a mi cercana presencia, tal vez recién llegadas de su viaje, pero no solo venían ellas, en esta ocasión nuevamente traen un jovencito, que los alemanes (tan metódicos ellos) también han conseguido anillar. Suman dos años más a aquellos 20 en que se reprodujeron por última vez en 2.013, toda una proeza en la cambiante naturaleza europea.
  No quiero dejar de mencionar al menos de pasada, las citas referidas al principio, de algunas aves poco habituales por estos campos, aunque no excepcionales,  y que encontré en mis recorridos normalmente acompañadas de grullas, como son el caso de un Flamenco que ha permanecido mezclado con ellas en laminas de arrozal fangueado, y la presencia de un Avetoro común igualmente en rastrojos de arroz donde pude disfrutar de su observación.





  Sorprende igualmente la presencia este mes de noviembre de algunos ejemplares de Águila calzada, que ya había visto otros otoños pero que en el presente lo son con mayor profusión, así como de alguna Golondrina común; ambas especies estivales que probablemente se irán adaptando en el futuro a unos ingentes recursos alimenticios aprovechables en la estación fría. 


lunes, 16 de noviembre de 2015

Precisión milimétrica



 Llevo muchos años observando grullas, las ultimas 25 invernadas poco menos que a diario, y sinceramente no dejan de sorprenderme; casi todos los días me enseñan algo, y sobre todo la observación de aves anilladas aporta una información extraordinaria, especialmente si se cuenta con la perspectiva que nos da el tiempo.
 Normalmente ocurre que cuando un joven englobado dentro de un grupo familiar territorial a lo largo de su primera invernada,  regresa en su segundo invierno de vida, suele hacerlo en algún momento al territorio en el cual comenzaron ese ciclo vital tan importante que engloba nada menos que la otra mitad de su vida.  Lugar en el que junto a sus padres aprenden conductas para sobrevivir en ese nuevo ambiente lejos del lugar que las vio nacer.
  La entrada de hoy, refiere el caso de un ejemplar joven anillado como pollo en Finlandia; nada menos que 3.091 kms. de distancia entre su lugar de nacimiento (la localidad de Samo, en el sur de dicho país y a escasa distancia de Helsinki, su capital) y el lugar donde paso su primer invierno el año pasado, en la Zona Centro, cerca de la localidad de Acedera. El 3 de noviembre de 2014 lo observo por primera vez, en compañía de sus padres y un hermano que estaba sin anillar, nuestra protagonista permaneció junto a ellos en esa misma zona durante buena parte del invierno, con especial fijación en los primeros meses de su estancia (noviembre y diciembre).
  


  Tanto la primera vez que los observe aquel año, como en posteriores citas, tenían querencia por una parcela que estaban abancalando para transformar en frutales, al remover la tierra para ello seguramente dejaban al aire semillas, brotes y otros alimentos en los que se deleitaba nuestra joven amiga.



  El pasado 3 de noviembre, en esa misma parcela, a escasos 10-15 metros de mi primera observación del año pasado, donde por cierto la fotografíe, allí se encontraba fiel a su cita la joven finlandesa en su segundo año. ¡¡Mismo día, prácticamente misma hora (suelo hacer el mismo recorrido a diario desde hace varios años), y misma parcela!!. Una precisión impresionante teniendo en cuenta la lejanía desde la que llegaba y su corta edad.



lunes, 2 de noviembre de 2015

Trazos en el horizonte



 Los recuerdos navideños de mi infancia evocan las tradicionales matanzas, en las cuales se reunía toda la familia al calor de la lumbre, y las interminables labores manuales de preparación de la carne y los embutidos caseros, a manos de expertas profesionales en la materia, curtidas por mil y una matanzas a sus espaldas, evento que irremediablemente comenzaba con los agudos chillidos del cochino desangrándose mucho antes del amanecer, posterior movimiento de artesas y cuchillos que daban paso al amanecer.


  Muchas veces en aquellos amaneceres, había un espectáculo que sobrevolaba la localidad de Orellana, y que marcaba el inicio y el final de aquellas jornadas invernales; era el paso de las grullas a sus comederos y dormideros respectivamente al orto y el ocaso, eran tiempos en que estas aves dormían masivamente a orillas del Embalse de Orellana, y en sus querencias diarias a los encinares de los Bodonales, las Puercas, Mesas Altas, el Merino o los Guadalperales, atravesaban ruidosas los cielos del pueblo.


  Hasta hace no mucho siguieron con esta costumbre, posteriormente y durante algunos años combinaron esas querencias de dormir en los ancones del embalse, con periodos de descanso en arrozales; para últimamente desechar Orellana casi por completo, y limitarse a los arrozales fangueados con el consiguiente ahorro de energía. Aquellos trayectos podían transcurrir fácilmente a través de 20 kms, y era impresionante ver aquellas largas filas de ruidosas aladas de un punto a otro, casi sin solución de continuidad.


  Aún conservo anotaciones de aquellos pasos al dormidero correspondientes a 1981, cuando con una vieja bicicleta salía a un par de kilómetros del pueblo por la Cañada Real Leonesa, observando las más adelantadas iniciar el recorrido 15 o 20 minutos antes de la puesta de sol, pero sin duda este era el momento mágico, en el que a ras del horizonte, primero por sus gritos y después por las oleadas de los diferentes bandos surcando el cielo frio de aquel llano en contraste con los matices que ofrecen los atardeceres otoñales e invernales: los rojos intensos y grabados a fuego, los suaves morados preludio de jornadas lluviosas, los espesos y cerrados grises de aquellos días metidos en agua o aquellos otros en que la neblina comenzaba a invadir todo el ambiente como un manto fantasmagórico.


  La combinación de esos cielos, aquellas soledades, el frio lacerante que se metía en los huesos, y la explosión súbita de vida que implicaba el paso de las grullas, permanecen como un recuerdo imborrable en mi memoria. También el denso vacio tras su paso, apenas roto por el maullido de un Mochuelo o el lastimero reclamo chillón de un Avefría.

  Posteriormente la imagen del paso de las grullas se repitió y se repite cientos de veces, cada uno diferente, cada uno sorprendente, sin duda sigue siendo con diferentes matices aquel lejano momento mágico en que aparecían  trazos en el horizonte.